15 dic 2011

La bendición de la suegra

Bienvenida a casa. Eso le dice él y así se siente Clara. Cobijada en su abrazo, de regreso al hogar.
Se besan, tocan, comen, succionan hasta el agotamiento.
Después de tanto tiempo, luego del intervalo necesario para reconocerse, el amor dormido despierta de su letargo hambriento como los osos luego del invierno.
Calmado el apetito, surge la ternura. En el cuarto oscuro, ellos, desnudos con sosegada dulzura se miran y con íntima complicidad se ríen.
Afuera llueve, el sonido del agua los envuelve como un acolchado manto que amortigua los latidos de sus corazones desbocados.
El agua siempre el agua. El agua y el placer, el agua y la melancolía, el agua y el nacimiento.
El resplandor de un relámpago  súbito ilumina la casa de la suegra ahora sacudida por el feroz trueno. 
Clara dice –Tu mamá  debe estar contenta.
El responde- estaba pensando lo mismo
Me preguntó si quería ser su hija. Le dice ella.
Repentinamente una luz que no viene de ningún lado, los envuelve. Un escalofrío mutuo los recorre.
Sorprendidos, observan una pequeña silueta fugaz  que se desvanece.
Es la suegra quien los saluda desde el paraíso de los amantes. Ella quien en vida ha sabido disfrutar de las mieles del amor, ahora, muerta de risa, valga la redundancia, les derrama sus bendiciones diciendo:
-Hijo, al fin estàs usando tu herencia como dios manda.
                                                                             Laura Bogetto