15 dic 2011

La bendición de la suegra

Bienvenida a casa. Eso le dice él y así se siente Clara. Cobijada en su abrazo, de regreso al hogar.
Se besan, tocan, comen, succionan hasta el agotamiento.
Después de tanto tiempo, luego del intervalo necesario para reconocerse, el amor dormido despierta de su letargo hambriento como los osos luego del invierno.
Calmado el apetito, surge la ternura. En el cuarto oscuro, ellos, desnudos con sosegada dulzura se miran y con íntima complicidad se ríen.
Afuera llueve, el sonido del agua los envuelve como un acolchado manto que amortigua los latidos de sus corazones desbocados.
El agua siempre el agua. El agua y el placer, el agua y la melancolía, el agua y el nacimiento.
El resplandor de un relámpago  súbito ilumina la casa de la suegra ahora sacudida por el feroz trueno. 
Clara dice –Tu mamá  debe estar contenta.
El responde- estaba pensando lo mismo
Me preguntó si quería ser su hija. Le dice ella.
Repentinamente una luz que no viene de ningún lado, los envuelve. Un escalofrío mutuo los recorre.
Sorprendidos, observan una pequeña silueta fugaz  que se desvanece.
Es la suegra quien los saluda desde el paraíso de los amantes. Ella quien en vida ha sabido disfrutar de las mieles del amor, ahora, muerta de risa, valga la redundancia, les derrama sus bendiciones diciendo:
-Hijo, al fin estàs usando tu herencia como dios manda.
                                                                             Laura Bogetto

24 nov 2011

Intervalo

Mi vida, la tuya, la de Clara están marcadas por intervalos, sueño-vigilia, amor-desamor, deseo-muerte.
Aunque cueste soportarlo, un intervalo, el famoso hambre-pecho es el responsable de que hoy me siente frente a la computadora a escribir. Lo cual ha ocupado desde el padre del psicoanálisis hasta hoy innumerables hojas de papel que lo aclaran mejor que yo, sin olvidar al genial Fellini, para quien no existía mejor inspiración que un gran par de tetas.
Pero dejando de lado la digresión, quisiera contarles hoy un pequeño pero significativo intermedio.
Resulta que nuestra heroína salió a la vida por una estrecha abertura y de golpe, el mundo con todo su esplendor se presentó frente a sus ojos. Fue necesaria la oscuridad del túnel para valorar la luz de la salida.
¡! Uf!! ¡Otra vez sopa! Parafraseando al gurú “no hago otra cosa que pensar en ti y no se me ocurre nada...”
Para serles sincera, cosa que aunque me cueste intento, es el tercer día que me pongo a escribir sobre porque razón  me desvela la palabra intervalo sin encontrarle la vuelta.  Literalmente me desvela, ya van a ver. Paso a contarles los hechos.
Me desperté una madrugada, pensando en ella. Yo, quien a pesar de mis casi quince años de psicoanálisis, no logro recordar mis sueños, esa noche lo evoqué con todos sus detalles, colores y palabras. Y así fue como me quedé con los ojos abiertos como el dos de oro hasta que amaneció. Repasando fascinada las imágenes oníricas que como en una película sin fin, se repetían una y otra vez.
En ese momento, cuando salió el sol, ya no podía diferenciar si estaba despierta o dormida, como diferenciar una de la otra sin el intervalo??Eh.
Y así volvemos al principio. Luego de esa noche en vela, googlee varias horas, encontrando explicaciones indescifrables sobre ejes cartesianos y cientos de citas e interpretaciones del intervalo lacaniano. Así fue como comprobé que hay mucha gente grosa fascinada por el mismo tema. Eso es lo maravilloso de internet, nos damos cuenta que lo que a nosotros nos parece original, diferente, creativo, antes ya se le ha ocurrido a miles, así es como la red combate a la soberbia de nuestra sublime inteligencia, relativizando nuestros aparentemente geniales pensamientos.
Intentando retomar el relato, recuerdo que cuando era chica mi hermano mayor leía una revista de acción, que se llamaba, adivinen cómo?, sii, “Intervalo”, cuando él se descuidaba yo se la robaba y la leía a escondidas. Siempre me atrajeron las historias de aventuras, los comics me fascinaban, cuando mi mamá me quería regalar la revista “Susy” que las niñas adoraban, yo elegía Superman,. Especialmente me atraía el mundo Bizarro, donde todo es al revés que en la Tierra, sus habitantes comen la basura y tiran la comida, duermen de día y trabajan de noche. Para una niña perfecta hasta en los mínimos detalles, obediente, estudiosa, responsable y miedosa como yo, los bizarros encarnaban la rebeldía, lo absurdo de su mundo, eran el intervalo que demostraba lo absurdo del mío. Yo prefería sumergirme durante horas en ese intervalo mullido de lectura y no afrontar el dolor de mi mundo infantil.
Ay, ay, ay! Sigo dando vueltas sin encontrar el camino. Pero ¿Existe uno? Como dice el poeta “se hace camino al andar…”, pero existen pistas leves e imperceptibles señales que, si estamos atentos, van marcando un sendero, volátil como una brisa, como un haz de luz entre dos ventanas oscuras.
Ese es el intervalo donde transcurre nuestra vida, entre dos puntos en una cósmica recta interminable o si como dice Lavoisier “en un sistema cerrado, nada se crea, nada se destruye, todo se transforma”, entonces ¿será una recta o un círculo girando eternamente?
                                                                                               Laura Bogetto

14 nov 2011

Detrás de la cascada

El agua cae a chorros salpicando de suave espuma las rocas donde estoy asomada. Piso el borde cubierto de musgo, mis zapatos de ciudad resbalan, pierdo el equilibrio y caigo blandamente, como en cámara lenta.
Al caer atravieso la acuática cortina, cuando logro ponerme en pie, me enceguece el brillo, estoy en una cueva como la de Alì Babà rodeada de cofres de oro repletos de gemas de intensos colores y tapices de seda con paisajes exóticos que parecen tener vida. No lo parece, están vivos.  Me acerco al primero que reproduce un castillo como el que había conocido en un pueblito de Alemania del cual ya no me acuerdo el nombre. Me atrae, me absorbe  y de golpe estoy dentro del castillo vestida de princesa.
Y en ese instante es cuando me pregunto.
¿Qué carajo estoy haciendo vestida de princesa?
 Ese cuento lo conozco y ya no me interesa.
Si puedo elegir prefiero ser cortesana, con menos obligaciones y más placer.
O hermanastra fea que se queda soltera y ahora viaja por todo el mundo contando la historia de la afortunada Cenicienta, la feliz elegida del príncipe, quien se quedó criando hijos, mientras ella cobra los derechos de autor.
O la egoísta y malvada madrastra quien se ocupa de su belleza, de sí misma y no deposita todos sus intereses en el banco real.
Levanto mi copa de champagne y junto a la Reina de corazones, brindo, bailo  y celebro,  por todas las malvadas.
Para que nos libren del hechizo de las bellas y bondadosas heroínas de los cuentos de hadas. Ellas son las villanas, verdaderos genios del mal cubiertos con piel de cordero, quienes nos han conducido alegremente al matadero de nuestros deseos.
                                                                                             Laura Bogetto

5 oct 2011

Ausencia


            Duele.
Duele la garganta, duele el pecho.
La congoja sube como lava helada ahogando mis ganas de gritar y de que me escuches.
Las puertas se cerraron, mi dolor, como vapor frío, no puede escapar y oprime mi corazón.
¿Cómo hago para no gritar, sino me quieres oír?
Es como pelear contra una pared sólida, áspera, sin fisuras. Me repele, golpeo una y otra vez, me sangran los nudillos. Más me rechaza, más insisto, dejo trozos de mi carne en el muro.
Me duele tu ausencia en todo el cuerpo.
Donde ubicar el dolor de la falta, si es un hueco, un agujero negro, un abismo por donde se escurre mi deseo vital. Torpemente trato de emparcharlo con lo que puedo, pero mi libido se escurre como el agua en la arena.

                                                                                     Laura Bogetto

27 sept 2011

Dios los cría y Coti los amontona

 Coti, quien pesar de los esfuerzos de Clara y su socia Soledad, se resistía abandonar el ring, mantenía a buen resguardo los anteojos azules para cuando los necesitara
Clara y el Capitán que habían sobrevivido a la maldición de los dioses, no pudieron resistir su insidiosa, constante e inadvertida intromisión.
Mientras Clara ingenuamente disfrutaba de la compañía del Capitán, Coti trocó sus lentes recetados por los azules deformadores de la realidad.
Con los embusteros lentes puestos Clara no pudo distinguir los imperceptibles signos del mal que lentamente iban apoderándose del Capitán. Cuando lo descubrió, era tarde, el señor había sucumbido a la posesión maligna machista, haciéndola cargo a ella de las debilidades que él no podía asumir.
Entonces Clara, claramente y sin dudar, con un limpio tajo de su espada mágica cortó por lo sano el lazo de la dependencia.
Y así fue como Coti llorando desconsolada regresó, por el efecto de una poderosa y veloz patada a la cocina, sitio del cual nunca debió de haber salido.
                                                
                                                               Laura Bogetto

19 sept 2011

Los fantasmas

Clara y el capitán se acercan se alejan, se alejan se acercan en un balanceo continuo entre el amor y la ausencia.
Se atraen se repelen, se repelen, se atraen en un incesante movimiento pendular, entre la atracción y el rechazo.
Cuando se encuentran saltan chispas, se encienden los fuegos, se incendian y se funden en una explosiva fogata de tal magnitud de temperatura que el mercurio no puede resistir y los termómetros se derriten.
Desde el Olimpo, sin que los amantes lo adviertan, los dioses celosos, los observan. Dos simples mortales no los pueden desafiar con ese sexo descomunal solo permitido a los seres superiores.
Como castigo les envían los fantasmas Victimo y Fóbica quienes como polos idénticos están condenados a repelerse mutuamente por toda la eternidad.
Victimo se enamora de Clara y Fóbica del capitán. Los fantasmas los rodean y envuelven con un velo transparente como un papel film. Así Clara y el capitán observan el mundo a través de sus fantasmas.
Comienzan los desencuentros, cuando el capitán está navegando, Clara piensa que la abandona porque no la quiere más, cuando ella lo abraza el capitán siente que se asfixia.
Cuando se aman los fantasmas soplan apagando el incendio y tiran de la cintura de cada uno para separarlos, jugando a la cinchada.
El fuego se extingue, los fantasmas triunfan, los inmortales festejan.
Y así es como la envidia de los dioses nubla la visión de los humanos, impidiéndoles descubrir que ellos cambiarían su eternidad por un momento de intensidad.
                                                                                        Laura Bogetto

7 sept 2011

LAS AVENTURAS DE CLARA Y EL CAPITAN


Inesperadas derivaciones de esperadas situaciones

Noche de luna llena, propicia para el romance y los lobizones.
Su reflejo, en el quieto espejo líquido del río, transmutaba en plata todos los objetos que tocaba, como un devaluado Rey Midas argentino.
Clara, ansiosa, dejó sola a Soledad durmiendo en casa. Tomó su cartera, su cepillo de dientes y su medicamento para la tiroides y salió, acicalada, perfumada y limpia, rumbo al romántico convenido encuentro con su brioso capitán.
El antedicho encuentro, había sido planificado con esmero, en tiempo y forma hasta en los más mínimos detalles, por el caballeroso marino.
El lugar elegido para el affaire era el casco de una antigua fragata abandonada que, según los dichos populares transmitidos de generación en generación, había sido, hace muchos, muchísimos años, un barco pirata. Cuyos tripulantes asaltaban, diezmaban y robaban para la Corona. Cuando la nave arribó a estas costas encalló y sus ocupantes se dispersaron por este paraje fértil para el enriquecimiento rápido, inescrupuloso e impune. Actualmente los numerosos descendientes no se pueden diferenciar de los lugareños.
El capitán decoró el nido de amor con costosas sedas, cojines de plumas y velas aromáticas, que iluminaban con danzantes sombras eróticas, la estancia.
Cuando los lánguidos amantes estaban disfrutando perezosos, de sus cálidos besos, lentas caricias y susurros insinuantes, ofreciéndose mutuamente con los labios deliciosos dátiles y exquisitas frutas exóticas. El señor, emitiendo un espeluznante y repentino ronquido de yeti, se atoró.  Un rebelde carozo inoportuno fue a alojarse, sin pedir permiso, en su glotis.
El casi cianótico y jadeante capitán, se ahogó.
                                                                                        
                                                                                    Laura Bogetto

30 ago 2011

La vocación

Clara, con su espada mágica como herramienta, había derrotado al fantasma del rechazo.
Los burlones niños que la habían atormentado en la visión de su infancia habían trocado en libros mágicos. Sus libros, ahora, no eran un refugio como en el pasado, sino una placentera elección. Un portal que la transportaba a mundos infinitos.
Clara estaba acariciando delicadamente las teclas de la vieja máquina de escribir que le había regalado Lizbel,  cuando un don, como rayo luminoso la recorrió íntegra escapando por las puntas de sus dedos como haces de templada luz azul.
Comenzó a teclear, escribiendo con dolor imbricado de gozo. Como los sabores del helado favorito de su hermano, ácido limón con dulce, dulcísimo, dulce de leche.
Al fin Clara, había logrado responder la pregunta que insistentemente le había formulado Reina Madre, aún arrebatada por la sorpresa del secreto develado, supo con certeza cuál era su vocación.
                                                                                                 Laura Bogetto

23 ago 2011

El origen

     De vuelta al hogar

Con movimientos precisos y contando con la inestimable colaboración de Soledad en el papel de timonel, delicadamente como una libélula, Clara aterrizó.
Sus alas semejando un plumoso abanico blanco, se plegaron, tornándose imperceptibles.
Al apoyar sus pies en el suelo, fue siendo poseída progresivamente por una maternalmente protectora energía telúrica, que brotando de la madre tierra  iba trepando por sus piernas como una hiedra,  provocando en ella un cobijante sentimiento de vuelta al hogar.
Clara enraizada, alimentada, revitalizada por los saludables nutrientes ofrecidos por el rico humus vitaminizado, como los complementos dietarios antiage  enriquecidos con minerales mediaticamente publicitados. Fue acogida, bienvenida y recibida como si nunca hubiese partido.
El intenso recorrido realizado desde el naufragio hasta la fecha la devolvía al origen.
La niña que había sido gozaba de buena salud, se asomaba a través de sus curiosas pupilas, de su risa contagiosa  y de su impetuoso deseo lúdico.
Clara, como las playas de julio resurgiendo vírgenes de las muchedumbres de verano con sus inmaculadas arenas solo holladas por las respetuosas gaviotas, regresaba al inicio.
Pero a semejanza del río cuyas aguas nunca detienen su continuo devenir y a su paso fertilizan, generan vida y suavizan el clima. Ella durante su camino había pagado sus deudas, sus cuentas estaban saldadas, solo le restaba abandonarse al fluir de la suave brisa de la vida.
“Déjate llevar…” como le decía su hermano mayor cuando practicaban el vals para su cumple de quince y ella dura como un palo no lo lograba.
Clara con la imprescindible e insoslayable compañía de Soledad, había aprendido a no oponer resistencia a la corriente sino a dejarse llevar dócilmente fluyendo como el junco que se inclina pero nunca se rompe.                        
                                                                                  Laura Bogetto

16 ago 2011

Capìtulo tercero

Levantando vuelo

Mientras Clara realizaba su caminata diaria absorbiendo la cálida energía solar que entibiaba su cuerpo, aquietaba su mente y alimentaba su alma. Observó en la sombra que proyectaba en la pared, dos inusuales protuberancias asomando sobre sus hombros. Eran sus alas, un par de magníficas alas blancas.
Ignotos, inexistentes e inutilizados músculos, sorpresivamente se pusieron en marcha y Clara remontó vuelo. Un suave tirón en su espalda la hizo mirar hacia atrás, ahí estaba Soledad, flameando como la cola de un barrilete, prendida a ella, no pesadamente sino como el timón que la ayudaba a no desviarse de la dirección seleccionada.
Clara alada.
Planeando sobre un primaveral prado surtido, como el de las galletitas Variedades de su niñez que comía sin ganas deseando que le tocara la merengada, de erguidas manzanillas, tímidas margaritas silvestres, orgullosas fresias perfumadas.
Se deslizaba en la celeste inmensidad acompañada por la traslucida, transparente y tibia presencia de Ángel. La delicada brisa agitaba levemente la sutil telaraña de nubes.
No sentía frío, ni calor, ni miedo. Se sentía plena, feliz, colmada. Dirigiendo el timón de su vida, como quedó registrado en párrafos precedentes, con la colaboración de Soledad.
En el horizonte se unían en un inacabable espejo azul el cielo y el mar. Las atentas y repentinamente veloces gaviotas con una inesperadamente súbita zambullida, se sumergían, reapareciendo majestuosas y triunfantes con su trofeo firmemente aferrado al pico.
Desde las alturas todo se veía diferente, la visión era nítida, global, simultanea. Como la historia que le contaron en la catequesis preparatoria de su Primera Comunión, sobre como observaba Dios desde una montaña a la Humanidad, no pudiendo intervenir evitando acontecimientos, aunque pudiera anticiparlos.
Su cuerpo flexible, etéreo, relajado, blandamente suspendido en el aire, se desplazaba seguro como un pájaro en su hábitat natural.
Clara alada.
Levantando vuelto, todo era posible, todo comenzaba, la vida le brindaba revancha.
Clara en su habitual diálogo unidireccional con Soledad decía: -la muerte es la limitada, no la vida.
La vida es una inconmensurable, idílica e interminable posibilidad como la “recta” según lo enseñado por la Profesora Robles en una de sus clases de matemática moderna del segundo año comercial. Y se nos ofrece como una maravillosa, inabarcable e infinita paleta de colores con los cuales son posibles todas las combinaciones, todas las mezclas, todas las tonalidades, solo hay que mirarlos, admirarlos, saborearlos y comenzar la obra…
                                                                                         Laura Bogetto

8 ago 2011

Capìtulo dos

Clara-vidente

Clara miraba, Clara veía, Clara-vidente. Lo ordinario mutaba en extraordinario, lo habitual en único, lo rutinario en irrepetible. Estaba plenamente conciente de todo lo que la rodeaba, no lineal sino volumetricamente. Ante sus ojos íntegra se mostraba la realidad, resaltando los colores, los contornos, a su visión de 3 D nada se le escapaba, todo lo abarcaba. Como la foto panorámica que se había sacado con sus compañeros de 5° III, durante su viaje de egresados, en el Centro Cívico de Bariloche.
Los pequeños detalles cotidianos, que antes pasaban desapercibidos a su mirada enfocada en los otros, ahora resaltaban en forma, color y tamaño, como los atributos con que ayudaba a clasificar a sus primeros alumnos de Jardín de Infantes, muchos años atrás.
Clara caminaba acompañada por Soledad por la vereda soleada observando las aromáticas enredaderas en flor,  el reflejo coqueto del sol admirándose en las hojas, la cítrica mariposa arrebolada por la primavera, los durazneros colmados de capullos rosados como el vestido con volados de su muñeca Pielangeli con la que nunca jugó para que no se arruinara y la que diariamente le sonreía inmóvil, sentada en su trono de cristal del aparador del comedor de su infancia.
Todo adquiría relieve y se revelaba ante su vista. El pasado y el futuro desaparecían. Solo el eterno presente como una película sin fin se desplegaba ante sus ojos mostrando su verdadera cara, no la evidente sino la oculta, la autentica, la in-mostrable, la que tal como el efecto que produce la kriptonita en Superman, nos convierte en seres vulnerables, vencibles, humanos…
Y ¿Qué vio Clara?
Se vio a si misma por primera vez, vio lo que fue, lo que era, lo que hizo, lo que había creado, sus retoños. Fuertes, cálidos, amorosos,  seguros, desarrollando libremente sus dones, sabiendo que podían contar con su tierna, insaboteable e invencible incondicionalidad.
Su simiente fluía por el mundo con paso firme, sólido, autónomo unido con ella por un tallo tenue, leve y traslucido por el cual circulaba como alimento su savia luminosa.
Ante la vigilancia atentamente muda de Soledad, Clara recitaba quedamente el poema: “…tus hijos no son tus hijos son hijos de la vida…” el cual proféticamente había pegado en el espejo de la cómoda de su dormitorio cuando fue madre por primera vez y  pariéndose en ella un intensamente desconocido sentimiento de dulce dependencia con ese ser tan desvalido temió apropiarse de él sin  poder nunca soltarlo

Y así fue como descubrió que la vida, como una rueda gigante, como una vuelta al mundo, como el London Eye, como un gran círculo inmortal gira, gira…recomienza…
                                                                       Laura Bogetto

30 jul 2011

Natación o Natalicio

            Capìtulo uno
Saliendo a flote

Clara armada con sus herramientas y revestida por sus visiones emprendió el regreso a la superficie.
Luego de desandar el túnel, de cruzar el puente colgante (sin experimentar su primitivo miedo a las alturas) y subir la escalera, se halló nuevamente en la entrada de la caverna donde la esperaba Soledad.
El camino de retorno no fue ni arduo ni penoso, como el del inicio. Clara ligera y liviana como si volviera de un Spa después de someterse a un tratamiento desintoxicante canturreaba alegremente la canción de su gurú amigo “Hoy puede ser un gran día…aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti…”.Soledad con una sonrisa enigmática como la de la Gioconda, la observaba en silencio. Al igual que Teseo logró huir del laberinto y de una muerte segura en las garras del minotauro siguiendo una soga, ellas encontraron la salida guiadas por el hilo luminoso emanado de su espada.
Asomando lentamente su cabeza por la abertura Clara emergió de su profundidad a la realidad silenciosamente seguida como una sombra por Soledad.
Después de la catástrofe todo parecía haber retornado a la normalidad, salvo Clara.
Ella ya no era la que fue, o mejor dicho si era la que fue, pero renovada.
Ahora sus ojos brillaban, observando la vida con una curiosidad recién estrenada.
Su nariz olfateaba, absorbiendo los diversos aromas con una desconocida intensidad.
Los sonidos la penetraban no solo por sus oídos sino por todos sus poros.
Sus manos tocaban con suavidad reconociendo y disfrutando de las texturas irrepetibles de una corteza, de una flor, de la piel…
Sus pies descalzos gozaban de las inquietas cosquillas de la hierba, de la rugosa dureza de la piedra, de la dulce aspereza de la arena.
Morosa, placenteramente su boca, su lengua, su paladar, sus dientes, se detenían en cada sabor, consistencia, trama
Su piel, por primera vez, se erizaba con las caricias de la brisa
Una ansiosa y creciente voracidad por vivir comenzaba a invadirla.
Todo su cuerpo resplandecía y un aura blanca brillante la bordeaba.
Mientras en su espalda, el par de embrionarias alas, crecía velozmente. Clara cantaba risueñamente: “…todo cuanto te rodea lo han puesto para ti, asómate a la ventana y siéntate al festín….” Ante la mirada enigmática de Soledad.
                                                                                          Laura Bogetto

23 jul 2011

Capìtulo quinto

             Ángel

Frente a la última puerta, del anteriormente oscuro túnel ahora semejante a una discoteca marina por las ondas luminosas azules proyectadas en sus paredes por la espada mágica, Clara se detuvo.
Todavía conmovida por los nuevos sentimientos que germinaban en su corazón, tomó el llamador de plata con forma de alas y golpeó.
El sonido de una música celestial precedió la aparición en el umbral de Ángel.
Cabello blanco, espesas cejas, delicadas manos. Rayos de tibia luz blanca brotaban de sus dedos y del centro de su frente.
-Pasa hija mía, te estaba esperando. Le dijo.
Clara entró, arrebatada, envuelta e invadida por una viva presencia de paz sintió que había llegado a su casa
El desasosiego que la había habitado por tanto tiempo la había abandonado.
La energía sanadora de Ángel la había reparado como la celebre gotita de Poxipol, uniendo los pedazos de su alma como un rompecabezas.
Al fin se sentía completa, sin fracturas como en el origen.
Clara, le dijo, te estuve buscando tanto tiempo. ¿Dónde estabas?
El le respondió: -Siempre estuve a tu lado, sosteniéndote, acompañándote, alimentado tu instinto de supervivencia.
La habitación de color celeste cielo, ventanas en el techo por las que penetraban suaves rayos de sol, muros acolchado revestidos con seda, perfumada con jazmines su flor preferida, la invitada a quedarse. Una placentera sensación fue invadiéndola… Clara abrazada de Ángel, aferrándose fuertemente a su cuello, flotaba en el mar, esquivando las olas, adentrándose en la profundidad. Segura, sostenida y soportada por Ángel se sentía poderosa.
Cuando la visión desapareció, escuchó su suave y serena voz que le decía.
-Vete, puedes nadar sola, cuentas con todas las herramientas que necesitas, yo como siempre, estaré contigo sosteniéndote aunque no me veas. Invócame.
Clara agradecida lo abrazó, un casi imperceptible escozor le indicó que le estaban creciendo unas incipientes alas en su espalda.
Y se fue…

                                                                                 Laura Bogetto

15 jul 2011

El arquitecto.

Otra vez en el túnel donde la oscuridad ya no era tan densa ni pegajosa como antes porque Clara armada con su espada mágica, irradiaba una luz que expandía hacia las paredes oleadas lumínicas azulinas. Se paró frente a la puerta del arquitecto, según lo indicado en la inscripción correspondiente y llamó golpeando fuertemente con el puño.
El picaporte cedió, la puerta se deslizó y Clara entró.
La habitación radiantemente iluminada contrastaba con la semipenumbra exterior provocando que parpadeara varias veces.
Cuando logró vencer su ceguera se quedó muda, tan grande fue el impacto producido por la belleza deslumbrante del sitio. La estancia era hexagonal cada uno de sus vértices culminaba en una columna dorada, en el centro una fuente sostenida por seis pares de leones proveía de agua a seis canales que circulaban sobre piedras produciendo un sonido cristalino y nítido que tenía el poder de la relajación y la paz.
Un aroma suave de azahares proveniente de seis naranjos en flor endulzaba el aire. Todo era calma y serenidad. Acostado en una hamaca suspendida entre dos árboles estaba el arquitecto, un hombre delgado, de mirada dulce pero penetrante quien escuchando las sonoras pisadas que Clara infringía a la grava murmuró perezosamente: ¿qué necesitas? La miró y la vio.
Clara no tuvo que hablar se comunicaron telepáticamente, sintió que su corazón se inundaba de paz, el agua de la fuente fluía en su interior, rellenando y sanando los daños provocados por la catástrofe, su alma se iba ordenando como el juego de ingenio que jugaba en su niñez donde cada pieza cabía en un lugar y encajaba con precisión.
El arquitecto, le dijo, que muchos años antes había construido para ella una estructura la cual había sido cubierta por la maleza. El ruido interior y el autoengaño fueron los yuyos que la cubrieron.  Pero la inundación los arrastró quedando al descubierto los sólidos cimientos por él diseñados.
            El rumor del agua como suaves susurros hipnóticos la fue adormeciendo…Clara caminaba por un bosque de magnolias, el perfume de las flores embriagaba el aire, se sentía feliz, el Arquitecto la llevaba en andas y ella reía, reía, era una chiquilla jugando, cantando, gritando. Piel de seda la llamaba el Anciano mientras la alzaba para que pudiera acariciar el  blanco terciopelo fragante de las magnolias…
La ensoñación fue cediendo y Clara con un sentimiento recién estrenado de serenidad y paz interior descubrió que la vida se regenera permanentemente. Como el ave mitológica, ella renacía de sus cenizas más luminosa, más bella, y más fuerte. Una luz radiante brotaba de sus poros y la rodeaba como un aura incandescente.
Se despidió mentalmente del Anciano Arquitecto agradeciéndole la estructura ancestral e indestructible, como los irrompibles autitos Duravit, con que la había dotado

                                                                                                      Laura Bogetto

8 jul 2011

Capítulo tercero


El soldado

            Clara, cargando la máquina de escribir, salió a la densa oscuridad del túnel. Se detuvo frente a una pesada puerta de madera noble y diseño austero.
Parada en el umbral escuchó pasos de botas y choques de espadas. Lo cual era lógico ya que era la puerta del soldado.
Dejando su carga en el suelo golpeó con el aldabón de bronce con forma de león.
Los ruidos cesaron, la puerta se abrió con un chirrido de sus goznes oxidados
Y... se asomó el joven más bello jamás visto.
De cabello oscuro, ojos transparentísimos que cuando miraban el cielo empalidecía de envidia, alto, altísimo, atlético, fuerte.
 Ni Brad Pitt, ni Jude Law ni siquiera Clive Owen podían competir con él.
Su belleza era irradiada por todos sus poros  Formando un aura blanca, brillante y luminosa que lo rodeaba.
Y cuando habló con una voz cálida, varonil, suave como el terciopelo, Clara sintió que lo conocía de toda la vida.
-¡Hola! Me llamo León, La saludó con una venia de su mano derecha e inclinándose con una reverencia la invitó a pasar.
Ella con una soltura que hasta ese momento desconocía, lo saludó con un beso diciéndole: -Me llamo Clara, soy vidente, estoy buscando mi vocación y me parece que te conozco de toda la vida o aún más de vidas anteriores. Además te aconsejo que le pongas aceite a las bisagras para que no despiertes a tus vecinos.
-Hermana, le respondió León. Yo siento lo mismo. Nuestra relación se remonta a viejos tiempos.
He regresado para ayudarte aunque nunca me fui, siempre estuve dentro tuyo, solo que no me veías. Y agradezco tu consejo, hoy mismo iré a la ferretería a comprar el óleo.
Le dijo mirándola con sus ojos transparentes y cálidos como el Mar Caribe que ella había conocido varios años antes del naufragio.
-¿Cómo me ayudarás? Preguntó Clara
-Por supuesto con lo que conozco, mi oficio. Te enseñaré a encontrar las armas con las que puedas armarte y defenderte.
Y tomando su espada luminosa, similar a la de los Jedi de la Guerra de las Galaxias se la dio.
Clara la tomó y una energía poderosa la revistió de fortaleza.
León la abrazó fuertemente con el abrazo contenedor que Clara había soñado noche tras noche durante muchos años hasta que no recordó más sus sueños.
La miró por última vez con sus ojos celestes que hacían palidecer al cielo de envidia.
Y agregó: -continúa tu camino, nunca más tengas miedo, porque el miedo es como el gas que alimenta a un muñeco Michelín haciéndolo parecer inmenso, imposible de vencer, pero con un simple pinchazo se desinfla hasta convertirse en una caricatura.
Clara tomó su espada mágica, lo abrazó nuevamente con un abrazo de oso como corresponde que se abrace a un león y se retiró.

2 jul 2011

Reina de Corazones



            Clara al salir de la sala de Delfina se encontró nuevamente en el túnel frente a una puerta coronada con una leyenda que decía Reina de Corazones.
            Golpeó suavemente con el llamador de bronce con forma de mano, la puerta se abrió y apareció en el umbral una mujer hermosa, con ojos verdes de gata y cuerpo voluptuoso de pantera.
            ¿Quién eres? ¿Qué es lo que estas buscando a estas horas tan importante para interrumpirme sin solicitar previamente una audiencia? Tronó con un vozarrón de marinero que no concordaba con sus modales felinos.
            -Perdón Su Majestad, soy Clara y estoy buscando mi vocación.
            -Mi nombre es Lizbel, tengo nombre de Reina porque nací el mismo día que la soberana de un lejano país. Soy Reina de corazones porque deslumbro a todos los hombres con mi belleza aunque los mareo con mi inteligencia. Hija mía, la inteligencia es una cualidad que debe ser ocultada a los ojos de los varones. (Dijo con su ronca voz mientras se acicalaba frente al espejo)
            Clara parada a sus espaldas la observaba fascinada, sin saber que hacer, como una presa frente a la serpiente que la va a atacar, aterrada pero inmóvil.
            Cuando Lizbel terminó su tarea de embellecimiento se sentó frente a una antigua máquina de escribir que tenía en su escritorio y sin mirar a Clara ni una vez comenzó a teclear.
Luego de varios intentos, Clara logró sobreponerse al encanto que la mantenía petrificada y temerosa se acercó a mirar lo que Lizbel estaba escribiendo.
El sonido de las teclas al golpear el papel, el olor de la tinta, el movimiento de los dedos sobre el teclado, el ruido del carrete al moverse, la fue envolviendo y como en el cuento que había leído cuando era una niña, se sintió transportada en un tornado a su pasado.
Ahora era ella la que estaba escribiendo con la antigua máquina de escribir que le habían regalado cuando cumplió quince años. Se sentía feliz, entusiasmada, llena de energía.

De pronto la ensoñación terminó, Lizbel con su estridente voz, le decía:
            -Querida llévate la máquina de escribir, es tuya.
            -Pero…………….
            -¡Es una orden!!!! ¡Y ahora vete que estoy ocupada!!


Clara tomó la vieja maquina de escribir, se despidió de la Reina de corazones y salió de la estancia si hacer ruido.

                                                                                           Laura Bogetto

25 jun 2011

Las puertas

Capítulo Primero
Reina Madre

            Clara inspiró profundamente acercándose a la puerta que, como todas las demás, poseía una inscripción con una leyenda que la identificaba.
            Reina Madre indicaba el texto. Clara golpeó tímidamente con la aldaba,  imaginándose que se encontraría frente a un ser imponente, con capa y corona.
Una voz suave le respondió: ¡Pase esta abierto! Cuan grande fue su sorpresa al encontrarse frente a una viejecita pequeña y dulce, sentada frente a un caballete con un paisaje a medio pintar, una paleta con oleos en una mano y una espátula en la otra, quien con cara de abuela tierna la observaba.
Clara se inclinó, haciendo una reverencia y le dijo: -permiso “Su Majestad”.
 Reina Madre le respondió: -Pequeña ¿Qué estás diciendo? Llámame por mi nombre, soy  la pintora Delfina, me gusta que me reconozcan por mi oficio y vocación fruto de mi elección y no de un mandato hereditario.
-¿Cómo te llamas? Le preguntó.
-Me llamo Clara. Le respondió.
-¿Cuál es tu vocación?
Clara, se quedó en silencio, sin saber que decir porque cada vez que se lo preguntaba a si misma buscaba distraerse con sus anteojos azules para no tener que responder y continuar su vida sin sobresaltos ni elecciones que comprometieran su seguridad.
Pero Delfina fiel a su linaje real, no iba a permitir que la dejaran sin respuesta e insistió con su interrogante:
-¿Cuál es tu vocación?
            -No sé. Por muchos años fui esposa de un Príncipe Azul. Hasta que llegó el naufragio y ahora no tengo mas certezas solo dudas.
            -Esta muy bien pero reitero
            -¿Cuál es tu vocación? Que deseabas antes de ser esposa, cuando eras una niña dulce, inquieta, inteligente, insegura, que buscaba amor y no sabía como pedirlo.
Clara se quedó helada, como podía esa anciana conocerla tanto.
            Delfina pareció leerle sus pensamientos, con naturalidad le dijo soy vidente como tú, ambas tenemos el mismo origen.
            ¿Cómo? ¿Qué origen?  Preguntó ansiosamente Clara.
Pero Reina Madre no respondió. Continuó pintando en silencio.
            Clara se acercó y observó el cuadro, de pronto la pintura pareció cobrar vida, el paisaje pintado comenzó a rodearla y sintió que penetraba en la tela. Caminaba por un bosque de alerces, tupido y oscuro. Ella no era adulta, volvía a ser una pequeña, que asustada corría perseguida por un grupo de niños que se burlaba de ella. Corría y corría hacia la luz que se vislumbraba al finalizar el bosque.
Allí estaba su refugio, una casita de muñecas, pero sin muñecas, solo libros, libros y más libros mágicos…
            Repentinamente la visión desapareció, el alma de Clara regresó a su cuerpo, a la recámara de Delfina y a la observación del paisaje que estaba pintando.
            ¡Gracias Delfina! Continuaré mi camino.
Reina Madre la miró con ojos plenos de ternura pero no volvió a hablar.

17 jun 2011

Capítulo tercero


Las herramientas

            Clara con su amiga Soledad continúo avanzando, se adentró por una senda angosta, sinuosa, con curvas laberínticas que luego de caminar durante horas la remitían al lugar de partida.
            Pero como recordarán Clara era vidente y aunque estaba cansada, agotada, casi sin fuerzas, al borde del llanto y la impotencia, vislumbraba que al final de esa senda encontraría lo que buscaba.
            ¿Pero que era lo que buscaba? A pesar del don de videncia que poseía y de la luminosidad de su nombre Clara no lo tenía claro, solo sentía que debía seguir el impulso que la empujaba hacia adelante impidiéndole sucumbir a la tentación de mirar hacia atrás y transformarse en estatua de sal.
            Cuando se encontró por tercera vez en el punto de partida al salir del laberinto, Clara consultó con su amiga Soledad, que como ya sabemos es muda, y llegó a la conclusión que el camino a recorrer si quería encontrar la salida, era la caverna que conducía a su mundo interno.
            Como la caverna estaba oscura como boca de lobo, Clara le pidió a Soledad que la alumbrara con una antorcha desde la entrada.
            Con marcha vacilante inició el descenso, el angosto pasillo acaracolado concluía en una escalera con peldaños tallados en la piedra, al final de esa escalera, un puente colgante que se balanceada precariamente sobre un abismo insondable.
Luego de vencer su miedo a las alturas y cruzar el puente Clara se encontró con una inscripción tallada en la pared que decía “HERRAMIENTAS” la que precedía el ingreso a un túnel en el cual confluían puertas a ambos lados.

Clara se quedó parada inmóvil frente a la primera. ¿Qué hago?
El miedo frente a lo desconocido, el terror de ver la realidad y de verse a si misma, se apoderó de ella.


La tentación de desandar el camino en la búsqueda de sus anteojos protectores era muy fuerte, auque el hacerlo la transformara en una roca, rígida y sin vida…………….

                                                                                            Laura Bogetto

11 jun 2011

Capítulo segundo

Aprendiendo a nadar
            Clara aferrada a un trozo flotante de madera solo pensaba como sobrevivir sin hundirse para siempre.
Pero como Dios aprieta pero no ahorca, cuando estaba en el límite de sus fuerzas, a punto de sucumbir y sin sus anteojos mágicos. El viento paró y las aguas se retiraron.
            Clara chorreando agua se encontró por primera vez en su vida haciéndose cargo de si misma, no porque no fuera capaz o emprendedora o inteligente o hábil o preparada, sino porque nunca se lo había planteado. Tan ocupada estaba tratando de encorsetar a la realidad para que cupiera donde ella quería, que no tuvo tiempo
            Pero como ya lo dijo el gurú catalán al cual Clara admiraba desde su juventud “Nunca es triste la verdad lo que no tiene es remedio”
            Así fue como Clara decidió tomar el toro por las astas, se sacudió  el agua, se acomodó el pelo y emprendió la marcha.
            Con los pies metidos en el lodo que dejo el agua al retirarse y la mirada al frente caminó y caminó sin encontrarse con nadie.
            Se sintió sola, ella que desde que nació había estado acompañada tenía que hacerse cargo de soledad. Paradójicamente Clara que había evitado su compañía con denodados esfuerzos hasta fabricar unos lentes que deformaran la realidad para no verla, terminó haciéndose su amiga.
            Soledad era una amiga muy silenciosa, por no llamarla muda, y Clara comenzó a llenar los huecos que dejaban sus silencios con su vida, sus alegrías, sus tristezas, sus esperanzas, sus deseos, sus frustraciones, sus anhelos, sus logros. Todos los depósitos que había estado perdiendo antes de que la tempestad llegara a su vida.
            Clara observó que Soledad era una compañía difícil de conocer como esas frutas tropicales que había conocido en un viaje a Brasil. Muy duras por fuera, difíciles de pelar pero que el esfuerzo de hacerlo brindaba sus frutos “valga la redundancia”  por la dulzura de su sabor.

            Y fue Soledad con la cual se amigó cuando aprendió a tolerar el dolor de su presencia la que la ayudó a descubrir que las herramientas para el aprendizaje de la natación estuvieron siempre dentro de ella  pero se harían visibles si dirigía la mirada al interior de su corazón evitando los lentes azules con los cuales miraba a los otros.
                                                                                                       Laura Bogetto

6 jun 2011

Women ceremony (Ceremonia de mujeres)

Mujeres seres luminosos creadores de vida.
Juntas somos un aquelarre, alrededor del fuego sostenemos la llama.
Juntas asustamos con nuestra fuerza, generamos energía brillante que espanta el miedo.
Ese miedo ancestral con el cual nos han dominado, alejándonos de nuestro ser interior.
Juntas nos reímos, juntas lloramos, juntas somos invencibles.
Mantengamos encendida la antorcha que desde el inicio de los tiempos sucesivas generaciones de mujeres en ceremonias secretas, ocultas para sobrevivir a la persecución, la hoguera o la lapidación mantuvieron viva.
Ahora ha llegado a nosotras alimentémosla para que luego, como en una carrera de postas, ardiente y vital, pase a nuestras hijas.
                                                                                        Laura Bogetto

Los cuentos de Coti

EL NAUFRAGIO
Capítulo Primero
Los anteojos azules
Se hundió irremediablemente, el naufragio fue lento y anunciado durante más de veinte años.
            Ella era una niña dulce, inquieta, inteligente, insegura, buscaba amor y no sabía como pedirlo.
            Fue entonces cuando escuchó el cuento de Cenicienta y lo creyó.
            Se enamoró perdidamente de un Príncipe Azul y depositó todo en él. Su vida, sus alegrías, sus tristezas, sus esperanzas, sus deseos, sus frustraciones, sus anhelos, sus logros.
            Cuando sucedió el naufragio, y como estamos en Argentina y no hay ningún banco seguro, estos depósitos se perdieron.
            La niña se quedó vacía….Bueno, casi…
Porque como era vidente durante más de veinte años estuvo preparándose para sobrevivir en la catástrofe.
Bueno, pero volviendo al Príncipe, su color Azul con el tiempo se fue destiñendo virando a una tonalidad pardusca amarronada.
Pero Clara, así se llamaba la niña devenida en mujer, se esforzaba mucho, mucho para continuar viéndolo de color Azul.
Para eso se compró unos lentes azules que le permitían ver la realidad como ella deseaba que fuere.
Pero un domingo igual que todos los domingos grises y monótonos de su existencia… la catástrofe se desató.
Clara fue bruscamente empujada por su perro Sultán que, intuitivo como todos los animales, presintió lo que sucedería y enloquecido por los truenos huía.
Por el impacto sus anteojos azules se cayeron.
Clara observó que la realidad ya no era más azul, su Príncipe no era un príncipe, era un bufón de color marrón.
Los vientos provocaron lluvias, las lluvias inundación, la casa transformada en barco, se hundió, solo quedó el mástil al cual Clara continúo aferrada con una mano buscando con la otra los lentes azules perdidos.
La tempestad fue disminuyendo, las aguas se fueron calmando, el viento era una brisa.
En el horizonte se vislumbraba un chinchorro, Clara lo llamó, el bote se acercó, en la cubierta había un marinero quien la ayudó a subir a bordo.
Ella le agradeció y de pronto flotando en la corriente vió sus anteojos, contenta se los puso y OH!!! ¡Qué maravilla!!! Un hombre asombroso la había rescatado del naufragio.
Feliz se aferró a él, su salvador, hermoso, perfecto, elegante.
El chinchorro se transformó en barco y el marinero en un intrépido capitán capaz de realizar las más riesgosas hazañas para rescatarla del malvado bufón y de los avatares de la vida.

    Pero como nada es perfecto y lo bueno dura poco, el huracán se reavivó, el chinchorro se hundió, los anteojos desaparecieron en las embravecidas aguas para siempre y el marinero huyó dejándola sola.

            Y así fue como Clara descubrió que si se quería salvar debía aprender a nadar.


NUNCA ES TRISTE LA  VERDAD  LO QUE NO TIENE ES REMEDIO. Joan Manuel Serrat. El “gurú"
                                                                                  
                                                                                                Laura Bogetto