Capítulo Primero
Reina Madre
Clara inspiró profundamente acercándose a la puerta que, como todas las demás, poseía una inscripción con una leyenda que la identificaba.
Reina Madre indicaba el texto. Clara golpeó tímidamente con la aldaba, imaginándose que se encontraría frente a un ser imponente, con capa y corona.
Una voz suave le respondió: ¡Pase esta abierto! Cuan grande fue su sorpresa al encontrarse frente a una viejecita pequeña y dulce, sentada frente a un caballete con un paisaje a medio pintar, una paleta con oleos en una mano y una espátula en la otra, quien con cara de abuela tierna la observaba.
Clara se inclinó, haciendo una reverencia y le dijo: -permiso “Su Majestad”.
Reina Madre le respondió: -Pequeña ¿Qué estás diciendo? Llámame por mi nombre, soy la pintora Delfina, me gusta que me reconozcan por mi oficio y vocación fruto de mi elección y no de un mandato hereditario.
-¿Cómo te llamas? Le preguntó.
-Me llamo Clara. Le respondió.
-¿Cuál es tu vocación?
Clara, se quedó en silencio, sin saber que decir porque cada vez que se lo preguntaba a si misma buscaba distraerse con sus anteojos azules para no tener que responder y continuar su vida sin sobresaltos ni elecciones que comprometieran su seguridad.
Pero Delfina fiel a su linaje real, no iba a permitir que la dejaran sin respuesta e insistió con su interrogante:
-¿Cuál es tu vocación?
-No sé. Por muchos años fui esposa de un Príncipe Azul. Hasta que llegó el naufragio y ahora no tengo mas certezas solo dudas.
-Esta muy bien pero reitero
-¿Cuál es tu vocación? Que deseabas antes de ser esposa, cuando eras una niña dulce, inquieta, inteligente, insegura, que buscaba amor y no sabía como pedirlo.
Clara se quedó helada, como podía esa anciana conocerla tanto.
Delfina pareció leerle sus pensamientos, con naturalidad le dijo soy vidente como tú, ambas tenemos el mismo origen.
¿Cómo? ¿Qué origen? Preguntó ansiosamente Clara.
Pero Reina Madre no respondió. Continuó pintando en silencio.
Clara se acercó y observó el cuadro, de pronto la pintura pareció cobrar vida, el paisaje pintado comenzó a rodearla y sintió que penetraba en la tela. Caminaba por un bosque de alerces, tupido y oscuro. Ella no era adulta, volvía a ser una pequeña, que asustada corría perseguida por un grupo de niños que se burlaba de ella. Corría y corría hacia la luz que se vislumbraba al finalizar el bosque.
Allí estaba su refugio, una casita de muñecas, pero sin muñecas, solo libros, libros y más libros mágicos…
Repentinamente la visión desapareció, el alma de Clara regresó a su cuerpo, a la recámara de Delfina y a la observación del paisaje que estaba pintando.
¡Gracias Delfina! Continuaré mi camino.
Reina Madre la miró con ojos plenos de ternura pero no volvió a hablar.