30 ago 2011

La vocación

Clara, con su espada mágica como herramienta, había derrotado al fantasma del rechazo.
Los burlones niños que la habían atormentado en la visión de su infancia habían trocado en libros mágicos. Sus libros, ahora, no eran un refugio como en el pasado, sino una placentera elección. Un portal que la transportaba a mundos infinitos.
Clara estaba acariciando delicadamente las teclas de la vieja máquina de escribir que le había regalado Lizbel,  cuando un don, como rayo luminoso la recorrió íntegra escapando por las puntas de sus dedos como haces de templada luz azul.
Comenzó a teclear, escribiendo con dolor imbricado de gozo. Como los sabores del helado favorito de su hermano, ácido limón con dulce, dulcísimo, dulce de leche.
Al fin Clara, había logrado responder la pregunta que insistentemente le había formulado Reina Madre, aún arrebatada por la sorpresa del secreto develado, supo con certeza cuál era su vocación.
                                                                                                 Laura Bogetto

23 ago 2011

El origen

     De vuelta al hogar

Con movimientos precisos y contando con la inestimable colaboración de Soledad en el papel de timonel, delicadamente como una libélula, Clara aterrizó.
Sus alas semejando un plumoso abanico blanco, se plegaron, tornándose imperceptibles.
Al apoyar sus pies en el suelo, fue siendo poseída progresivamente por una maternalmente protectora energía telúrica, que brotando de la madre tierra  iba trepando por sus piernas como una hiedra,  provocando en ella un cobijante sentimiento de vuelta al hogar.
Clara enraizada, alimentada, revitalizada por los saludables nutrientes ofrecidos por el rico humus vitaminizado, como los complementos dietarios antiage  enriquecidos con minerales mediaticamente publicitados. Fue acogida, bienvenida y recibida como si nunca hubiese partido.
El intenso recorrido realizado desde el naufragio hasta la fecha la devolvía al origen.
La niña que había sido gozaba de buena salud, se asomaba a través de sus curiosas pupilas, de su risa contagiosa  y de su impetuoso deseo lúdico.
Clara, como las playas de julio resurgiendo vírgenes de las muchedumbres de verano con sus inmaculadas arenas solo holladas por las respetuosas gaviotas, regresaba al inicio.
Pero a semejanza del río cuyas aguas nunca detienen su continuo devenir y a su paso fertilizan, generan vida y suavizan el clima. Ella durante su camino había pagado sus deudas, sus cuentas estaban saldadas, solo le restaba abandonarse al fluir de la suave brisa de la vida.
“Déjate llevar…” como le decía su hermano mayor cuando practicaban el vals para su cumple de quince y ella dura como un palo no lo lograba.
Clara con la imprescindible e insoslayable compañía de Soledad, había aprendido a no oponer resistencia a la corriente sino a dejarse llevar dócilmente fluyendo como el junco que se inclina pero nunca se rompe.                        
                                                                                  Laura Bogetto

16 ago 2011

Capìtulo tercero

Levantando vuelo

Mientras Clara realizaba su caminata diaria absorbiendo la cálida energía solar que entibiaba su cuerpo, aquietaba su mente y alimentaba su alma. Observó en la sombra que proyectaba en la pared, dos inusuales protuberancias asomando sobre sus hombros. Eran sus alas, un par de magníficas alas blancas.
Ignotos, inexistentes e inutilizados músculos, sorpresivamente se pusieron en marcha y Clara remontó vuelo. Un suave tirón en su espalda la hizo mirar hacia atrás, ahí estaba Soledad, flameando como la cola de un barrilete, prendida a ella, no pesadamente sino como el timón que la ayudaba a no desviarse de la dirección seleccionada.
Clara alada.
Planeando sobre un primaveral prado surtido, como el de las galletitas Variedades de su niñez que comía sin ganas deseando que le tocara la merengada, de erguidas manzanillas, tímidas margaritas silvestres, orgullosas fresias perfumadas.
Se deslizaba en la celeste inmensidad acompañada por la traslucida, transparente y tibia presencia de Ángel. La delicada brisa agitaba levemente la sutil telaraña de nubes.
No sentía frío, ni calor, ni miedo. Se sentía plena, feliz, colmada. Dirigiendo el timón de su vida, como quedó registrado en párrafos precedentes, con la colaboración de Soledad.
En el horizonte se unían en un inacabable espejo azul el cielo y el mar. Las atentas y repentinamente veloces gaviotas con una inesperadamente súbita zambullida, se sumergían, reapareciendo majestuosas y triunfantes con su trofeo firmemente aferrado al pico.
Desde las alturas todo se veía diferente, la visión era nítida, global, simultanea. Como la historia que le contaron en la catequesis preparatoria de su Primera Comunión, sobre como observaba Dios desde una montaña a la Humanidad, no pudiendo intervenir evitando acontecimientos, aunque pudiera anticiparlos.
Su cuerpo flexible, etéreo, relajado, blandamente suspendido en el aire, se desplazaba seguro como un pájaro en su hábitat natural.
Clara alada.
Levantando vuelto, todo era posible, todo comenzaba, la vida le brindaba revancha.
Clara en su habitual diálogo unidireccional con Soledad decía: -la muerte es la limitada, no la vida.
La vida es una inconmensurable, idílica e interminable posibilidad como la “recta” según lo enseñado por la Profesora Robles en una de sus clases de matemática moderna del segundo año comercial. Y se nos ofrece como una maravillosa, inabarcable e infinita paleta de colores con los cuales son posibles todas las combinaciones, todas las mezclas, todas las tonalidades, solo hay que mirarlos, admirarlos, saborearlos y comenzar la obra…
                                                                                         Laura Bogetto

8 ago 2011

Capìtulo dos

Clara-vidente

Clara miraba, Clara veía, Clara-vidente. Lo ordinario mutaba en extraordinario, lo habitual en único, lo rutinario en irrepetible. Estaba plenamente conciente de todo lo que la rodeaba, no lineal sino volumetricamente. Ante sus ojos íntegra se mostraba la realidad, resaltando los colores, los contornos, a su visión de 3 D nada se le escapaba, todo lo abarcaba. Como la foto panorámica que se había sacado con sus compañeros de 5° III, durante su viaje de egresados, en el Centro Cívico de Bariloche.
Los pequeños detalles cotidianos, que antes pasaban desapercibidos a su mirada enfocada en los otros, ahora resaltaban en forma, color y tamaño, como los atributos con que ayudaba a clasificar a sus primeros alumnos de Jardín de Infantes, muchos años atrás.
Clara caminaba acompañada por Soledad por la vereda soleada observando las aromáticas enredaderas en flor,  el reflejo coqueto del sol admirándose en las hojas, la cítrica mariposa arrebolada por la primavera, los durazneros colmados de capullos rosados como el vestido con volados de su muñeca Pielangeli con la que nunca jugó para que no se arruinara y la que diariamente le sonreía inmóvil, sentada en su trono de cristal del aparador del comedor de su infancia.
Todo adquiría relieve y se revelaba ante su vista. El pasado y el futuro desaparecían. Solo el eterno presente como una película sin fin se desplegaba ante sus ojos mostrando su verdadera cara, no la evidente sino la oculta, la autentica, la in-mostrable, la que tal como el efecto que produce la kriptonita en Superman, nos convierte en seres vulnerables, vencibles, humanos…
Y ¿Qué vio Clara?
Se vio a si misma por primera vez, vio lo que fue, lo que era, lo que hizo, lo que había creado, sus retoños. Fuertes, cálidos, amorosos,  seguros, desarrollando libremente sus dones, sabiendo que podían contar con su tierna, insaboteable e invencible incondicionalidad.
Su simiente fluía por el mundo con paso firme, sólido, autónomo unido con ella por un tallo tenue, leve y traslucido por el cual circulaba como alimento su savia luminosa.
Ante la vigilancia atentamente muda de Soledad, Clara recitaba quedamente el poema: “…tus hijos no son tus hijos son hijos de la vida…” el cual proféticamente había pegado en el espejo de la cómoda de su dormitorio cuando fue madre por primera vez y  pariéndose en ella un intensamente desconocido sentimiento de dulce dependencia con ese ser tan desvalido temió apropiarse de él sin  poder nunca soltarlo

Y así fue como descubrió que la vida, como una rueda gigante, como una vuelta al mundo, como el London Eye, como un gran círculo inmortal gira, gira…recomienza…
                                                                       Laura Bogetto