15 jul 2011

El arquitecto.

Otra vez en el túnel donde la oscuridad ya no era tan densa ni pegajosa como antes porque Clara armada con su espada mágica, irradiaba una luz que expandía hacia las paredes oleadas lumínicas azulinas. Se paró frente a la puerta del arquitecto, según lo indicado en la inscripción correspondiente y llamó golpeando fuertemente con el puño.
El picaporte cedió, la puerta se deslizó y Clara entró.
La habitación radiantemente iluminada contrastaba con la semipenumbra exterior provocando que parpadeara varias veces.
Cuando logró vencer su ceguera se quedó muda, tan grande fue el impacto producido por la belleza deslumbrante del sitio. La estancia era hexagonal cada uno de sus vértices culminaba en una columna dorada, en el centro una fuente sostenida por seis pares de leones proveía de agua a seis canales que circulaban sobre piedras produciendo un sonido cristalino y nítido que tenía el poder de la relajación y la paz.
Un aroma suave de azahares proveniente de seis naranjos en flor endulzaba el aire. Todo era calma y serenidad. Acostado en una hamaca suspendida entre dos árboles estaba el arquitecto, un hombre delgado, de mirada dulce pero penetrante quien escuchando las sonoras pisadas que Clara infringía a la grava murmuró perezosamente: ¿qué necesitas? La miró y la vio.
Clara no tuvo que hablar se comunicaron telepáticamente, sintió que su corazón se inundaba de paz, el agua de la fuente fluía en su interior, rellenando y sanando los daños provocados por la catástrofe, su alma se iba ordenando como el juego de ingenio que jugaba en su niñez donde cada pieza cabía en un lugar y encajaba con precisión.
El arquitecto, le dijo, que muchos años antes había construido para ella una estructura la cual había sido cubierta por la maleza. El ruido interior y el autoengaño fueron los yuyos que la cubrieron.  Pero la inundación los arrastró quedando al descubierto los sólidos cimientos por él diseñados.
            El rumor del agua como suaves susurros hipnóticos la fue adormeciendo…Clara caminaba por un bosque de magnolias, el perfume de las flores embriagaba el aire, se sentía feliz, el Arquitecto la llevaba en andas y ella reía, reía, era una chiquilla jugando, cantando, gritando. Piel de seda la llamaba el Anciano mientras la alzaba para que pudiera acariciar el  blanco terciopelo fragante de las magnolias…
La ensoñación fue cediendo y Clara con un sentimiento recién estrenado de serenidad y paz interior descubrió que la vida se regenera permanentemente. Como el ave mitológica, ella renacía de sus cenizas más luminosa, más bella, y más fuerte. Una luz radiante brotaba de sus poros y la rodeaba como un aura incandescente.
Se despidió mentalmente del Anciano Arquitecto agradeciéndole la estructura ancestral e indestructible, como los irrompibles autitos Duravit, con que la había dotado

                                                                                                      Laura Bogetto

2 comentarios:

Alicia dijo...

Como los capìtulos anteriores... me encantó!!! En realidad, lo releí, no? Jajajaja Buenísimo Laura!! Besote!!

Unknown dijo...

Muy bueno, Laura. Un abrazo.