8 ago 2011

Capìtulo dos

Clara-vidente

Clara miraba, Clara veía, Clara-vidente. Lo ordinario mutaba en extraordinario, lo habitual en único, lo rutinario en irrepetible. Estaba plenamente conciente de todo lo que la rodeaba, no lineal sino volumetricamente. Ante sus ojos íntegra se mostraba la realidad, resaltando los colores, los contornos, a su visión de 3 D nada se le escapaba, todo lo abarcaba. Como la foto panorámica que se había sacado con sus compañeros de 5° III, durante su viaje de egresados, en el Centro Cívico de Bariloche.
Los pequeños detalles cotidianos, que antes pasaban desapercibidos a su mirada enfocada en los otros, ahora resaltaban en forma, color y tamaño, como los atributos con que ayudaba a clasificar a sus primeros alumnos de Jardín de Infantes, muchos años atrás.
Clara caminaba acompañada por Soledad por la vereda soleada observando las aromáticas enredaderas en flor,  el reflejo coqueto del sol admirándose en las hojas, la cítrica mariposa arrebolada por la primavera, los durazneros colmados de capullos rosados como el vestido con volados de su muñeca Pielangeli con la que nunca jugó para que no se arruinara y la que diariamente le sonreía inmóvil, sentada en su trono de cristal del aparador del comedor de su infancia.
Todo adquiría relieve y se revelaba ante su vista. El pasado y el futuro desaparecían. Solo el eterno presente como una película sin fin se desplegaba ante sus ojos mostrando su verdadera cara, no la evidente sino la oculta, la autentica, la in-mostrable, la que tal como el efecto que produce la kriptonita en Superman, nos convierte en seres vulnerables, vencibles, humanos…
Y ¿Qué vio Clara?
Se vio a si misma por primera vez, vio lo que fue, lo que era, lo que hizo, lo que había creado, sus retoños. Fuertes, cálidos, amorosos,  seguros, desarrollando libremente sus dones, sabiendo que podían contar con su tierna, insaboteable e invencible incondicionalidad.
Su simiente fluía por el mundo con paso firme, sólido, autónomo unido con ella por un tallo tenue, leve y traslucido por el cual circulaba como alimento su savia luminosa.
Ante la vigilancia atentamente muda de Soledad, Clara recitaba quedamente el poema: “…tus hijos no son tus hijos son hijos de la vida…” el cual proféticamente había pegado en el espejo de la cómoda de su dormitorio cuando fue madre por primera vez y  pariéndose en ella un intensamente desconocido sentimiento de dulce dependencia con ese ser tan desvalido temió apropiarse de él sin  poder nunca soltarlo

Y así fue como descubrió que la vida, como una rueda gigante, como una vuelta al mundo, como el London Eye, como un gran círculo inmortal gira, gira…recomienza…
                                                                       Laura Bogetto

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